miércoles, 27 de febrero de 2013

Anécdotas

anécdota.

1. f. Relato breve de un hecho curioso que se hace como ilustración, ejemplo o entretenimiento.

 2. f. Suceso curioso y poco conocido, que se cuenta en dicho relato.

 

                                  ANÉCDOTAS DE ESCRITORES.

 

 Cela y el Premio Nobel

Nada más conocerse que le habían concedido el premio Nobel de literatura, un periodista le preguntó a Camilo José Cela:
-¿Le ha sorprendido ganar el premio Nobel de Literatura?
-Muchísimo, sobre todo porque me esperaba el de Física


 

La necesidad de conocer a tu ídolo

El polifacético escritor, periodista y activista político de origen húngaro, Arthur Koestler no entendía la necesidad de algunas personas de conocer personalmente a sus ídolos.
Cierto día, tras ser saludado fervientemente por un admirador, Koestler comentó:
- Es como si te gusta el foie y ansías saludar personalmente a la oca

 

Escritor de buenas comedias

Recibió Jacinto Benavente la visita de un conocido suyo, el cual no tenía gran éxito como dramaturgo.
Durante el recorrido por la casa, el  invitado quedó asombrado por la amplia biblioteca que poseía el premio Nobel y exclamó:
- ¡Vaya don Jacinto! Con tantos libros ya se pueden escribir buenas comedias
Benavente le respondió agudamente:
-Pues adelante, amigo mío, están a su disposición

 

El aburrido Shakespeare

Siendo profesor de Filosofía y letras en la Universidad de Buenos Aires, Jorge Luis Borges le pidió a una alumna su opinión sobre la obra de William Shakespeare. Ésta contestó:
-Me aburre
Pero al instante puntualizó:
-Al menos lo que ha escrito hasta ahora
Borges, sin alterarse, le respondió:
- Tal vez Shakespeare todavía no escribió para vos. A lo mejor dentro de cinco años lo hace

 

Suficiente corrección

En cierta ocasión, Patrick (el hijo de Ernest Hermingway) le dio a su padre un manuscrito y le pidió que se lo corrigiese
Poco después, se lo devolvió, pero Patrick parecía contrariado:
-¡Sólo me has cambiado una palabra!- le recriminó, como quien no hace bien su trabajo
-Si es la palabra correcta es más que suficiente- replicó Hermingway

 

Una merecida medalla

Cuando el rey Alfonso XIII le otorgó a Miguel de Unamuno la Gran Cruz de Alfonso X Sabio, el escritor comentó:
-Me honra, Majestad, recibir esta cruz que tanto merezco
El monarca le contestó:
-¡Qué curioso! En general, la mayoría de los galardonados aseguran que no se la merecen
A lo que el escritor replicó al Rey:
-Señor, en el caso de los otros, efectivamente no se la merecían


 

Cabeza hueca

Alejandro Dumas (padre), tras publicar el libro titulado “El vacío doloroso”, fue visitado por un amigo que le dijo:
- Es un título sin sentido. El vacío no puede ser doloroso
-¿Que no? ¡Cómo se ve que nunca os ha dolido la cabeza, amigo mío!

 

El viaje en tren de Mark Twain

En uno de sus viajes en tren por EEUU, Mark Twain se topó con el revisor y no dio con el billete. Tas una larga espera, con el escritor rebuscando por todos sus bolsillos, el hombre le dijo:
-Ya sé que usted es el autor de “Tom Sawyer”, así que no se moleste, estoy seguro de que ha extraviado el billete
Pero Twain seguía buscando y el revisor insistiendo en que no hacía falta, hasta que le confesó:
-Es que, si no lo encuentro, no sé dónde debo bajarme

 

Los elogios mutuos entre Benavente y Valle-Inclán

Durante una de sus habituales tertulias literarias, Jacinto Benavente decía grandes elogios de Ramón María del Valle-Inclán, del que decía que era uno de los más valiosos escritores que tenía España.
-Pues don Ramón- le interrumpe uno de los contertulios –no opina lo mismo de usted
Benavente replicó inmediatamente con su característica agudeza verbal:
-A lo mejor estamos equivocados los dos

 

Tu cara me suena

Arthur Miller se encontraba sentado en un bar tomando una copa, cuando fue abordado por un hombre elegantemente vestido que le preguntó:
-¿No eres tú Arthur Miller?
-Sí, lo soy ¿por qué?
-¿No te acuerdas de mí?
-Tu cara me resulta familiar, pero…
-Soy tu viejo amigo Sam. Estudiamos juntos en secundaria…
-Me temo que…
-La vida me ha ido bien. Poseo unos grandes almacenes ¿A qué te has dedicado tú?
-Bueno, yo….a escribir
-¿Y qué escribes?
-Obras de teatro, sobre todo
-¿Alguna vez te han producido alguna?
-Sí, alguna
-Dime el título, a ver si la conozco
-Bueno… ¿tal vez has oído hablar de “Muerte de un viajante”?
El hombre quedó perplejo con la boca abierta. Su rostro palideció y quedó por un momento si habla. Un rato después preguntó:
-¿No serás tú el Arthur Miller escritor?


 Contando cornudos
 
El escritor Narciso Sáenz Diez Serra (más conocido como Narciso Serra) paseaba en cierta ocasión con un amigo cuando le preguntó:
«¿Cuántos cornudos te parece que viven en esta calle sin contarte a ti?»
El acompañante indignado contestó:
«¡Cómo sin contarme a mí! Esto es un insulto…»
A lo que el dramaturgo reformuló la pregunta:
«Bueno, no te enfades. Vamos, contándote a ti, ¿cuántos te parece que hay?»

 Ganarse la vida como uno puede

En 1906, tras ser elegido Armando Palacio Valdés nuevo miembro de la Real Academia Española, apareció en todos los diarios del país la noticia del nombramiento junto a su retrato.
Sin darle mayor importancia de la que tenía, el académico entró en su cafetería habitual con la intención de tomar su desayuno. El camarero que sirvió su mesa se plantó frente al novelista y le preguntó.
«¿Es usted el que ha salido en los papeles de hoy?»
A lo que el escritor respondió afirmativamente.
«¿Y escribe novelas de esas?»
A lo que volvió a dar como respuesta un sí.
«Bueno, pues no se apure, que cada uno se gana la vida como puede»


                                   ANÉCDOTAS DE PERSONAJES FAMOSOS 


 Precaución ante los bandidos
 
El filósofo francés, Ernest Renan andaba con los preparativos de su próximo viaje a Palestina, cuando un buen amigo le advirtió de los peligros del lugar:
- Cuidado Ernest, hay muchos bandidos por allí. Creo que deberías llevar contigo un fusil, por si acaso.
- ¿Para qué? ¡Los bandidos me lo robarían!


 Diógenes y la hora de comer
 
Conocido era el desprecio que sentía Diógenes de Sínope por las convenciones sociales. Tanto que, ello le llevó a vivir en el interior de un tonel.
En cierta ocasión, uno de sus discípulos le preguntó:
- Maestro, dinos ¿a qué hora se debe poner uno a comer?
- Depende, si eres rico puedes comer cuando quieras y, si eres pobre, siempre que puedas


 Incredulidad religiosa

Paseaba junto a un amigo por la calle cuando se cruzarón con una procesión precedida por un Cristo crucificado, motivo por el cual Voltaire se quitó el sombrero en señal de respeto.
- Os creía incrédulo en materia de religión- le dijo su acompañante, sorprendido por el gesto
- Y lo soy- matizó Voltaire -Aunque Cristo y yo nos saludamos, no nos hablamos


 Wittgenstein y el tren
 
Se cuenta que el filósofo Ludwig Wittgenstein se encontraba en la estación de Cambridge esperando el tren con una colega. Mientras esperaban se enfrascaron en una discusión de tal manera que no se dieron cuenta de la salida del tren. Al ver que el tren comenzaba a alejarse Wittgenstein echó a correr en su persecución y su colega detrás de él. Wittgenstein consiguió subirse al tren pero no así su colega.
Al ver su cara de desconsuelo, un mozo que estaba en el andén le dijo:
- No se preocupe, dentro de diez minutos sale otro.
- Ud. no lo entiende- le contestó ella -él había venido a despedirme.-



 Los honorarios de Sócrates
 
Cierto día, un rico ateniense encargó a Sócrates la educación de su hijo. El filósofo le pidió por aquel trabajo quinientos dracmas, pero al hombre le pareció un precio excesivo.
- Por ese dinero puedo comprarme un asno.

- Tiene razón. Le aconsejo que lo compre y así tendrá dos.


 El hombre según Platón


Tras oír que Platón definía al hombre como “Un animal de dos patas sin plumas”, el filósofo Diógenes le envió a su academia un gallo desplumado comentando:
-  Aquí está el hombre de Platón.
Platón tuvo que añadir a su definición: “…con uñas anchas y planas”


 Yo soy el Papa
 
En cierta ocasión Bertrand Russel estaba especulando sobre enunciados condicionales del tipo :“Si llueve las calles están mojadas” y afirmaba que de un enunciado falso se puede deducir cualquier cosa.
Alguien que le escuchaba le interrumpió con la siguiente pregunta :
- “Quiere usted decir que si 2 + 2 = 5 entonces usted es el Papa”.
Russel contestó afirmativamente y procedió a demostrarlo de la siguiente manera :
- “Si suponemos que 2 + 2 = 5, entonces estará de acuerdo que si restamos 2 de cada lado obtenemos 2 = 3. Invirtiendo la igualdad y restando 1 de cada lado, da 2 = 1. Como el Papa y yo somos dos personas y 2 = 1 entonces el Papa y yo somos uno, luego yo soy el Papa”


                               

         LAS ANÉCDOTAS MAS DIVERTIDAS DE ALBERT EINSTEIN




En efecto, Einstein es un personaje crucial en la historia de la Ciencia, pero no sólo es famoso por sus teorías y descubrimientos. Gran parte de su celebridad es debida a su carácter, a su forma de ser y por supuesto, a su humor. 

Hoy, en Cuaderno de Ciencias, vamos a dejar por un momento las complicadas fórmulas del espacio-tiempo y nos vamos a dar un paseo por esos grandes toques de humor que el genio alemán nos regaló.

Y digo "genio alemán" aunque en realidad hay que recordar que Einstein tuvo hasta tres nacionalidades distintas a lo largo de su vida. Nació en Ulm (Alemania), en 1900 obtiene también la nacionalidad suiza y más tarde, ante el peligro del nazismo en Europa, emigra a Estados Unidos consiguiendo su tercera nacionalidad en 1940.

Einstein bromeaba sobre estos tres pasaportes diciendo que "si hubiera fracasado con mis teorías, los americanos hubieran dicho que yo era un físico suizo; los físicos que era un científico alemán; y los alemanes que era un astrónomo judío".
 
Y recordando los duros años de la Alemania nazi, Einstein tuvo muchos problemas en aquella época por sus orígenes judios. En 1905, tras publicar su teoría de la relatividad, Einstein sufrió una campaña de desprestigio que vino acompañada por un libro titulado: "100 científicos contra Einstein"... cuando le preguntaron qué opinaba de ese libro, respondió: ¿cien?, ¿para qué tantos?, si yo estuviera equivocado, con uno sólo sería suficiente...


Einstein logró convertirse en un personaje muy famoso en su época (algo bastante dificil para un científico), y sus encuentros con las celebridades de aquellos días también han dejado grandes anécdotas y curiosidades.

En una ocasión conoció a Marilyn Monroe y la actriz le dijo: "Profesor, deberíamos casarnos y tener un hijo. Sería perfecto. Tendría su inteligencia y mi belleza"... Albert Einstein la miró fijamente y tras una breve pausa le respondió: "Señorita Monroe, lo malo es que saliera con mi belleza y con su inteligencia".

Y hablando de humor, también hay que decir que Einstein llegó a reunirse con el verdadero genio del humor de todos los tiempos: Charles Chaplin. El científico le dijo lo mucho que le gustaban sus películas y añadió: "Señor Chaplin, su arte es universal. Todo el mundo le comprende y le admira". El bueno de Charlot, se rió y le contestó: "Su caso, Señor Einstein es mucho más increíble:Todo el mundo lo admira y prácticamente nadie lo comprende".


Otra curiosidad quizá desconocida es la afición que Einstein sentía por el violín. El físico no sólo se manejaba bien en el mundo de la ciencia, sino que también se movía con elegancia en el mundo de las artes. Era frecuente que en las reuniones de amigos, Einstein sacara su instrumento y deleitara a los asistentes con un pequeño concierto.

Sin embargo, no sabemos a ciencia cierta si Einstein tocaba bien o por el contrario desafinaba de vez en cuando... En una ocasión, un dibujante de viñetas que se encontraba presente mientras el físico daba un recital comenzó a reirse de su forma de tocar el violín.

Einstein se acercó y le contestó: "Está muy mal eso de reirse del trabajo de otros... yo nunca me rio con su trabajo" (Imagino que esto es lo peor que se le puede decir a un humorista).


Y para terminar os dejo con una anécdota que demuestra que incluso los genios se equivocan alguna vez frente a los cerebros más humildes.

En 1952, Einstein llamó por sorpresa a un zapatero llamado Peter Hulit pidiéndole que viniera a su casa rápidamente. Al físico le dolían los pies, sus zapatos le rozaban y necesitaba unos nuevos. Cuando Peter Hulit llegó a la casa de Einstein, el científico había dibujado en un cartón el plano con las medidas y proporciones de lo que él pensaba que era el zapato perfecto y con el que nunca le volverían a doler los pies.

El zapatero observó aquel dibujo, bajó la vista a los pies de Albert Einstein y le contestó: "Profesor, me temo que lo único que usted necesita son unos zapatos de una talla mayor".

Einstein le miró fijamente y finalmente, le dio la razón a aquel zapatero.





            ANÉCDOTA DE ALFREDO DI STÉFANO Y LOS ZAPATOS DE MADERA.


El «Matagigantes» de Di Stéfano
«Ven a mi lado, Matagigantes». Es el saludo habitual de Alfredo Di Stéfano (Buenos Aires, 1926) a Falo Biempica (Gijón, 1937) cada vez que se ven las caras. Ha pasado mucho tiempo desde que fraguara la amistad entre el que fuera gran figura del Madrid y para muchos el mejor jugador de todos los tiempos y el menudo delantero sportinguista. El chispazo surgió cuando el Sporting superó al Madrid en El Molinón por 3-0 con dos goles de Sánchez y uno de Biempica, el 10 de noviembre de 1957. Unos días antes, el 27 de octubre, los rojiblancos habían derrotado al Barcelona por 3-2 , con dos tantos rojiblancos de Enguidanos y otro de Pla. Ahí nació el sobrenombre de «Matagigantes» para el Sporting. Y para Biempica, en boca de Di Stéfano.

Cuenta Biempica que a Di Stéfano no le gustaba perder ni a las cartas y que en el viaje de regreso en tren a Madrid iba muy enfadado por la derrota. Pipi, un futbolista de Cuenca que fichó el club merengue procedente del Málaga, intentó distraerlo para paliar su mal humor.

Biempica explica con gracia que, a la altura de Veriña, el astro argentino vio por la ventana del vagón a un segador con madreñas y le reprochó a Pipi: «Duele perder y más aún hacer el ridículo. Pero que nos gane una gente que aún lleva zapatos de madera no puede ser».

Biempica rememora que en aquel partido en El Molinón «acabamos reventados de tanto correr y casi les bailamos. De hecho, se le pasó un balón a Sánchez y como estaba solo en una esquina, controló el balón y se sentó sobre él. Eso puso más enfadados a los madridistas y hasta Di Stéfano le pedía al árbitro que pitara el final 15 minutos antes. Yo había marcado un gol y el central Santamaría me hizo un penalti, que luego transformó Sánchez en el tercer tanto de la tarde. La pena fue que luego perdimos contra el Valladolid, Real Sociedad y Deportivo, que eran de nuestra Liga y por eso el técnico, Barrios, dijo: "Lo hacéis todo al revés. Ganáis a los grandes y luego perdemos con los más modestos"».

Retomando la amistad con Di Stéfano, Biempica cuenta cómo al llegar a la selección española no tenía compañeros, «salvo a mi paisano el seleccionador Manolo Meana. Apareció Di Stéfano y me dijo: "Chaval, ponte aquí, a mi lado, que tú eres como yo". Me quería mucho y me lo demostró luego siempre, desde el saludo de «hola, Matagigantes» o «siéntate a mi lado, Matagigantes». Hasta un día mandó a Amancio que se levantara del asiento para dejármelo a mí. Así de cariñoso es conmigo».

Los oricios pasaron a ser uno de los platos preferidos de Di Stéfano al descubrirle Falo Biempica ese manjar en una visita a Gijón, cuando la «Saeta Rubia» vino a dar una conferencia en la Feria de Muestras. «Fuimos a comerlos a La Verja y recuerdo que Alfredo les daba bocados y luego sacaba con el dedo lo de dentro. Había venido también Gento desde Cantabria a saludarlo y lo pasamos muy bien. Uno del grupo le recriminó la forma de comerlos y Di Stéfano le reprochó diciendo: "¿Hay que estudiar también para comer? A mí me gusta hacerlo de esta forma". Desde entonces siempre le mando por Navidad un saco de oricios y Alfredo me llama para agradecerme el detalle, ya que dice que en Madrid no se encuentran tan buenos como los de aquí».

Otra anécdota más reciente ocurrió en el bautizo de la hija de una peruana que trabajaba en la casa de Di Stéfano, que acudió de padrino. Se cansaba al andar y se paró nada más entrar en la iglesia. El cura reclamó al padrino, le contaron quién era y el sacerdote se acercó hasta donde estaba Di Stéfano, pues no se lo creía. Al reconocerlo, el cura solamente pudo decir: «¿Es usted quien es?» y don Alfredo, con su habitual ironía, le contestó: "Sí, soy yo, el mismo"», cuenta entre risas Biempica.

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