GIJÓN
La historia de una ciudad bimilenaria
De Noega al Gijón Romano
Para conocer los orígenes de Gijón hay que
remontarse al menos dos mil quinientos años. En la Campa Torres, enclave
situado en el límite occidental del concejo de Gijón, se hallan los
restos de un importante castro, habitado posiblemente por la gens astur
de los cilúrnigos, nombre que responde a la principal actividad que
desarrollaban, la calderería, como atestiguan la gran cantidad de piezas
metálicas y los diversos hornos de fundición que se han encontrado.
Algunos autores, basándose en los relatos de antiguos historiadores como
Estrabón o Pomponio Mela, han identificado este enclave con Noega, el
oppidum (ciudad amurallada) más importante del territorio costero astur.
A
partir del siglo I d. de C. romanos y cilúrnigos habitaron la Campa,
pero ya a lo largo de este siglo se produce un paulatino abandono del
castro. El lugar elegido para el nuevo asentamiento fue la cercana
península de Santa Catalina. Es en este punto donde comienza la historia
del Gijón romano.
La nueva civitas ocupaba
una extensión cercana a las siete hectáreas en la península de Santa
Catalina. Protegida por el mar en tres de sus costados, la zona sur
estaba unida a tierra firme por un istmo de arena.
Gijón
era un punto clave del norte de la península porque, por una parte, su
situación central en la costa cantábrica la convertía en paso obligado
en las rutas marítimas que se dirigían a la Galia y, por otra, porque
aquí tenía su inicio un importante eje de comunicación norte-sur de la
España romana, hoy conocido con el nombre Ruta de la Plata, cuyo fin
estaba en Sevilla. Se entiende así la decisión, alrededor del siglo IV
d. de C., de fortificar la villa con una muralla que rodeaba casi todo
el perímetro de la península de Santa Catalina.
De la Edad Media al Renacimiento
Vagas
referencias a la presencia de buques normandos en la costa gijonesa en
el siglo IX o diversas fundaciones monásticas en distintos puntos del
concejo son algunos de los pocos datos que se conocen de la ciudad
durante esta época. Gijón parecía no existir, y así lo vendría a
confirmar el que fuera arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada,
quien la describió en 1243 como una «civitas deserta».
Pero Gijón
comenzó a recuperarse gracias a Alfonso X, que le concedió la Carta
Puebla en 1270, donde se recogía una serie de importantes atribuciones
comerciales y administrativas, ampliadas y ratificadas por sucesivos
reyes.
Solo cien años después Gijón se vio
inmersa en las luchas dinásticas que conmovieron el reino de Castilla
durante el siglo XIV. Enrique de Trastámara, hijo bastardo de Alfonso
XI, se refugia en la ciudad tras rebelarse contra su hermano, Pedro I.
Gijón le ofrecía un refugio seguro: protección natural en la península
de Santa Catalina, una muralla defensiva y un puerto cercano para
facilitar una posible huida. Las desavenencias político-familiares se
trasmiten de generación en generación, y así, Alfonso Enríquez, hijo
bastardo de Enrique de Trastámara, vuelve a rebelarse contra el rey Juan
I y luego contra Enrique III. Tras un asedio a Gijón en 1391 y la
rendición posterior por parte del rebelde Trastámara, cuatro años
después llega el último enfrentamiento con Gijón como marco. Su
resultado: destrucción de la ciudad y destierro de Alfonso Enríquez.
Vuelve
entonces otra etapa de decadencia para Gijón, que no termina hasta que
los Reyes Católicos le conceden en 1480 licencia para reconstruir su
puerto. La obra, que convertiría a Gijón en el principal enclave
marítimo de Asturias, se culminó en 1595.
La Era de Jovellanos
Gaspar Melchor de Jovellanos nació en una
ciudad que contaba con unos cuatro mil habitantes, a los que se sumaban
alrededor de ocho mil en la zona rural.
Jovellanos
Fundó, en 1794, el Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía,
destinado a la formación laboral; defiende vivamente la construcción de
la carretera de Castilla a través del puerto de Pajares, lo que
beneficiaba enormemente a Gijón; también impulsa el trazado de la
carretera Carbonera, unión de la villa con los núcleos carboníferos del
interior de la región, y, aunque nunca lo vería terminado, Jovellanos es
uno de los primeros defensores de la construcción de un nuevo puerto,
El Musel, a la vera del cabo Torres, que superase las limitaciones que
presentaba el muelle local. Además, Jovellanos presentó al Ayuntamiento
en 1782 su Plan General de Mejoras, en el que señalaba los principios
que deberían regir el desarrollo urbano. La ciudad dibujada por
Jovellanos era una villa ilustrada, próspera y perfectamente urbanizada.
La convulsa historia del siglo xix español
afectó también a Gijón, cuyos habitantes, fechas antes de que se
declarara la guerra de la Independencia, se rebelaron contra la
autoridad napoleónica, asaltaron el consulado francés y obligaron a huir
al cónsul. Cuando los franceses recuperaron la ciudad, Jovellanos tuvo
que abandonarla: una tormenta hizo que su barco buscara refugio en la
localidad de Puerto de Vega (en el concejo de Navia), donde falleció el
29 de noviembre de 1811.
De la industrialización a la crisis
Las comunicaciones comenzaron a hacerse
realidad a mediados del siglo xix. Primero fue la carretera Carbonera
(1842), luego el ferrocarril de Langreo (1852) y la apertura para trenes
del paso de Pajares (1884), nuevas vías que apuntaban a un mismo lugar:
el puerto. El antiguo muelle local fue ampliado en 1864 con la
construcción del dique de Santa Catalina, pero la construcción de un
nuevo emplazamiento, mayor y mejor acondicionado, era urgente. Tras
durísimas polémicas sobre su ubicación se decidió finalmente el inicio
de las obras del puerto de El Musel en 1892. Gracias al carbón salido de
las cuencas del Nalón y del Caudal, El Musel llegó a convertirse en el
primer puerto carbonero de España.
La ciudad
aumentaba su población rápidamente. A partir de la década de 1920 se
produce un auge demográfico imparable que convertirá a Gijón en la
ciudad más poblada de Asturias. Pero para la población y para la
industria hubo un trágico paréntesis: la guerra civil.
Gijón
se mantuvo fiel a la República. Los militares sublevados se confinaron
en el cuartel de Simancas, que fue desalojado al cabo de un mes. La
dirección política republicana en Asturias se trasladó a la ciudad, que
se convirtió durante un año en sede del Consejo Soberano del Gobierno de
Asturias y León. Pero Asturias no tardaría en ceder y las tropas de la
IV Brigada Navarra entraron en Gijón en octubre de 1937. Los efectos de
la guerra se hicieron sentir también sobre el patrimonio histórico y
monumental: casi ninguna iglesia del concejo quedó intacta y se
destruyeron valiosos archivos (entre ellos la colección de dibujos y
bocetos propiedad de Jovellanos).
Tras la guerra se retomó al proceso industrializador.
Siderurgia
y astilleros dieron trabajo a miles de personas en una ciudad que
volvió a ver su población multiplicada: si en 1940 se contabilizaban
72.000 habitantes, en 1970 había más de 200.000. La respuesta
urbanística a este auge demográfico fue la peor de las posibles.
El
fuerte impulso de la industria finalizó en los años ochenta. Debido a
la grave crisis de los sectores minero, naval y siderúrgico, Gijón
perdió buena parte de su tejido industrial. Sin embargo, el fin de la
dictadura franquista y la instauración de la democracia implicaron una
nueva manera de administrar y construir la ciudad, y empezó a surgir un
Gijón moderno y revitalizado.
Gijón hoy
A pesar de los duros años de la
reconversión, Gijón logró mantener su carácter industrial; su actividad
económica representa hoy un tercio de la regional y los datos del empleo
y la renta familiar progresan por encima de la media asturiana.
A
esta recuperación económica ha ayudado sin duda el fuerte impulso que
durante las dos últimas décadas ha recibido el sector terciario, en
especial el relacionado con el turismo. Un campus universitario, un
Parque Científico Tecnológico, la transformación del muelle local en
puerto deportivo, una importante y variada red de museos municipales,
bibliotecas, salas de lectura y centros culturales, espacios públicos
recuperados (Cerro de Santa Catalina, playas del Arbeyeal y
Poniente...), vanguardistas propuestas arquitectónicas y escultóricas,
nuevas plazas y zonas verdes y una incesante actividad cultural y lúdica
hacen del Gijón actual una ciudad inquieta y viva que mira hacia el
futuro mostrando sin complejos su pasado.
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