miércoles, 27 de febrero de 2013

GIJÓN

                                            GIJÓN


La historia de una ciudad bimilenaria

De Noega al Gijón Romano

     Para conocer los orígenes de Gijón hay que remontarse al menos dos mil quinientos años. En la Campa Torres, enclave situado en el límite occidental del concejo de Gijón, se hallan los restos de un importante castro, habitado posiblemente por la gens astur de los cilúrnigos, nombre que responde a la principal actividad que desarrollaban, la calderería, como atestiguan la gran cantidad de piezas metálicas y los diversos hornos de fundición que se han encontrado. Algunos autores, basándose en los relatos de antiguos historiadores como Estrabón o Pomponio Mela, han identificado este enclave con Noega, el oppidum (ciudad amurallada) más importante del territorio costero astur.

     A partir del siglo I d. de C. romanos y cilúrnigos habitaron la Campa, pero ya a lo largo de este siglo se produce un paulatino abandono del castro. El lugar elegido para el nuevo asentamiento fue la cercana península de Santa Catalina. Es en este punto donde comienza la historia del Gijón romano.

     La nueva civitas ocupaba una extensión cercana a las siete hectáreas en la península de Santa Catalina. Protegida por el mar en tres de sus costados, la zona sur estaba unida a tierra firme por un istmo de arena.
Gijón era un punto clave del norte de la península porque, por una parte, su situación central en la costa cantábrica la convertía en paso obligado en las rutas marítimas que se dirigían a la Galia y, por otra, porque aquí tenía su inicio un importante eje de comunicación norte-sur de la España romana, hoy conocido con el nombre Ruta de la Plata, cuyo fin estaba en Sevilla. Se entiende así la decisión, alrededor del siglo IV d. de C., de fortificar la villa con una muralla que rodeaba casi todo el perímetro de la península de Santa Catalina.


De la Edad Media al Renacimiento

 

     Vagas referencias a la presencia de buques normandos en la costa gijonesa en el siglo IX o diversas fundaciones monásticas en distintos puntos del concejo son algunos de los pocos datos que se conocen de la ciudad durante esta época. Gijón parecía no existir, y así lo vendría a confirmar el que fuera arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, quien la describió en 1243 como una «civitas deserta».

     Pero Gijón comenzó a recuperarse gracias a Alfonso X, que le concedió la Carta Puebla en 1270, donde se recogía una serie de importantes atribuciones comerciales y administrativas, ampliadas y ratificadas por sucesivos reyes.

     Solo cien años después Gijón se vio inmersa en las luchas dinásticas que conmovieron el reino de Castilla durante el siglo XIV. Enrique de Trastámara, hijo bastardo de Alfonso XI, se refugia en la ciudad tras rebelarse contra su hermano, Pedro I. Gijón le ofrecía un refugio seguro: protección natural en la península de Santa Catalina, una muralla defensiva y un puerto cercano para facilitar una posible huida. Las desavenencias político-familiares se trasmiten de generación en generación, y así, Alfonso Enríquez, hijo bastardo de Enrique de Trastámara, vuelve a rebelarse contra el rey Juan I y luego contra Enrique III. Tras un asedio a Gijón en 1391 y la rendición posterior por parte del rebelde Trastámara, cuatro años después llega el último enfrentamiento con Gijón como marco. Su resultado: destrucción de la ciudad y destierro de Alfonso Enríquez.  

Vuelve entonces otra etapa de decadencia para Gijón, que no termina hasta que los Reyes Católicos le conceden en 1480 licencia para reconstruir su puerto. La obra, que convertiría a Gijón en el principal enclave marítimo de Asturias, se culminó en 1595.


La Era de Jovellanos

 

     Gaspar Melchor de Jovellanos nació en una ciudad que contaba con unos cuatro mil habitantes, a los que se sumaban alrededor de ocho mil en la zona rural. 

     Jovellanos Fundó, en 1794, el Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, destinado a la formación laboral; defiende vivamente la construcción de la carretera de Castilla a través del puerto de Pajares, lo que beneficiaba enormemente a Gijón; también impulsa el trazado de la carretera Carbonera, unión de la villa con los núcleos carboníferos del interior de la región, y, aunque nunca lo vería terminado, Jovellanos es uno de los primeros defensores de la construcción de un nuevo puerto, El Musel, a la vera del cabo Torres, que superase las limitaciones que presentaba el muelle local. Además, Jovellanos presentó al Ayuntamiento en 1782 su Plan General de Mejoras, en el que señalaba los principios que deberían regir el desarrollo urbano. La ciudad dibujada por Jovellanos era una villa ilustrada, próspera y perfectamente urbanizada. 

     La convulsa historia del siglo xix español afectó también a Gijón, cuyos habitantes, fechas antes de que se declarara la guerra de la Independencia, se rebelaron contra la autoridad napoleónica, asaltaron el consulado francés y obligaron a huir al cónsul. Cuando los franceses recuperaron la ciudad, Jovellanos tuvo que abandonarla: una tormenta hizo que su barco buscara refugio en la localidad de Puerto de Vega (en el concejo de Navia), donde falleció el 29 de noviembre de 1811.

 

De la industrialización a la crisis


     Las comunicaciones comenzaron a hacerse realidad a mediados del siglo xix. Primero fue la carretera Carbonera (1842), luego el ferrocarril de Langreo (1852) y la apertura para trenes del paso de Pajares (1884), nuevas vías que apuntaban a un mismo lugar: el puerto. El antiguo muelle local fue ampliado en 1864 con la construcción del dique de Santa Catalina, pero la construcción de un nuevo emplazamiento, mayor y mejor acondicionado, era urgente. Tras durísimas polémicas sobre su ubicación se decidió finalmente el inicio de las obras del puerto de El Musel en 1892. Gracias al carbón salido de las cuencas del Nalón y del Caudal, El Musel llegó a convertirse en el primer puerto carbonero de España.

     La ciudad aumentaba su población rápidamente. A partir de la década de 1920 se produce un auge demográfico imparable que convertirá a Gijón en la ciudad más poblada de Asturias. Pero para la población y para la industria hubo un trágico paréntesis: la guerra civil. 

     Gijón se mantuvo fiel a la República. Los militares sublevados se confinaron en el cuartel de Simancas, que fue desalojado al cabo de un mes. La dirección política republicana en Asturias se trasladó a la ciudad, que se convirtió durante un año en sede del Consejo Soberano del Gobierno de Asturias y León. Pero Asturias no tardaría en ceder y las tropas de la IV Brigada Navarra entraron en Gijón en octubre de 1937. Los efectos de la guerra se hicieron sentir también sobre el patrimonio histórico y monumental: casi ninguna iglesia del concejo quedó intacta y se destruyeron valiosos archivos (entre ellos la colección de dibujos y bocetos propiedad de Jovellanos). 

     Tras la guerra se retomó al proceso industrializador.

     Siderurgia y astilleros dieron trabajo a miles de personas en una ciudad que volvió a ver su población multiplicada: si en 1940 se contabilizaban 72.000 habitantes, en 1970 había más de 200.000. La respuesta urbanística a este auge demográfico fue la peor de las posibles. 

     El fuerte impulso de la industria finalizó en los años ochenta. Debido a la grave crisis de los sectores minero, naval y siderúrgico, Gijón perdió buena parte de su tejido industrial. Sin embargo, el fin de la dictadura franquista y la instauración de la democracia implicaron una nueva manera de administrar y construir la ciudad, y empezó a surgir un Gijón moderno y revitalizado. 



Gijón hoy

 

 


     A pesar de los duros años de la reconversión, Gijón logró mantener su carácter industrial; su actividad económica representa hoy un tercio de la regional y los datos del empleo y la renta familiar progresan por encima de la media asturiana.

     A esta recuperación económica ha ayudado sin duda el fuerte impulso que durante las dos últimas décadas ha recibido el sector terciario, en especial el relacionado con el turismo. Un campus universitario, un Parque Científico Tecnológico, la transformación del muelle local en puerto deportivo, una importante y variada red de museos municipales, bibliotecas, salas de lectura y centros culturales, espacios públicos recuperados (Cerro de Santa Catalina, playas del Arbeyeal y Poniente...), vanguardistas propuestas arquitectónicas y escultóricas, nuevas plazas y zonas verdes y una incesante actividad cultural y lúdica hacen del Gijón actual una ciudad inquieta y viva que mira hacia el futuro mostrando sin complejos su pasado.

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